miércoles, 11 de diciembre de 2019

Miedos primarios, efectos secundarios

En estas semanas de recuperación me he sumergido hasta la coronilla en los miedos más básicos: la muerte, la soledad, la pérdida de mi autonomía, la mutilación, sentirme permanentemente vulnerable y expuesta. Sueños y pensamientos recurrentes me rodean como satélites día y noche. Corro, corro, corro sin mirar atrás en el día a día. Evito de mil maneras pensar en esas cosas que me aterran. De pronto: alto total. Ya no puedo escapar, aquí me tienen a su disposición. Paso muchos días sin entender de donde viene esta maraña de ideas.

La muerte se pasea por aquí cerca, saluda con su manita huesuda del otro lado de la ventana, casi diciendo: "¡Yujuuuu! Aquí ando cerca." No quiero voltear a verla, pero cada vez agita la mano con más fuerza. Que miedo me da tener que pensar en que un día tendré que irme con ella, que miedo me da pensar en lo frágiles que somos y lo inmortales que nos sentimos. Cuanto tiempo desperdiciado en tonterías e inmadurez sin decirnos cuanto nos amamos. Que estupidez ver a la muerte desde la ventana y saber que ya no hay tiempo restante, no dijiste lo que debías decir a tiempo, no abrazaste por última vez, y no aprovechaste los últimos rayos de luz. La muerte es una cuenta regresiva, pero no queremos darnos cuenta. Aunque tampoco nos persigue.

Sueño que se pudre mi pie dentro de la férula, y no nos damos cuenta a tiempo. Un miedo chiquitito, color verde y amarillo susurra muy bajito: "Esto es para siempre." Y yo que ya no tengo defensas le creo,  me da miedo ya no poder pararme de puntitas, o subir a las escaleras para enderezar las luces navideñas y que no me de un tic nervioso en el ojo. No poder correr a prender la luz para aplastar al mosquito zumbón que revolotea por mi cabeza. Ya no poder valerme por misma nunca, que me corten el pie porque ya no sirve. Sueño con esos dos tan a menudo, que ya casi no tengo que preguntarme si es verdad o estoy soñando. Es como cuando el gato siempre rasca la tierra en las macetas, y ya solo ves la tierra regada con fastidio.

Luego llega mi amiga Chole. Esa siempre ha vivido cerca.  Esa que hacía creer a Briget Jones que moriría sola y sería encontrada tres semanas después medio devorada por perros. Siempre me cuenta historias sobre cómo nadie va a quererme nunca y terminaré siendo la señora de los quince gatos que siempre huele a humedad y pis de gato. Pero son historias, y a veces olvido que contrario a lo que ella afirma, Chole no es gitana y no lee el futuro. Sólo es una palomilla que revolotea en las esquinas de la casa y va dejando escamas.

Y al final, el miedo a verme débil. Miedo a la indefensión. Miedo a que me vuelva tan transparente que se me vean todos los defectos. Miedo a verme vulnerable, y llorar en público sin poder controlar las lágrimas que salen como si alguien hubiera dejado abierta la llave. Miedo a estar expuesta en medio del mundo sin mi coraza...Pero aquí sigo quitando la coraza pieza por pieza, sintiendo todos esos miedos al mismo tiempo. Buscando mis colores para hacer un retrato hablado. Pescando palabras en mi mente que me ayuden a delatarlos. Aceptando todas esas manos que se estiran y me regalan chispitas de alegría. Bebiendo todas las tazas de amor que me han ofrecido en estos tiempos, y recordando que los miedos son todos imaginarios.

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Fantasma

Cerró la ventana y apagó todas las luces. Se sentó al centro del tapete, justo en medio de la sala. Tomó una vela aromática que había dejado...