domingo, 8 de julio de 2018

Escapando al vórtice

Yo nací dentro de un remolino lleno de violencia y soledad, donde había muchas personas en la casa, pero nadie en realidad. Aprendí a ser dura y ruda, rebelde y fuerte. Nunca quise dejarme abrazar, ni ayudar. Yo sabía que el reto era salir de esa casa lo más pronto que fuera posible para poder comenzar una vida en paz.
He trabajado mucho desde que me salí de ese lugar. Aprendí el concepto de "hogar, dulce hogar" cuando comencé a vivir sola. Ahora la soledad era física, pero aprendí a volverme una buena compañía. Siempre me sentí culpable por dejar el barco hundiéndose y a todos los que seguían dentro de el, pero a veces no queda de otra más que saltar para salvar la propia vida.
Trato de mantenerme lejos, porque cada vez que me acerco el remolino me jala hacia el fondo otra vez. Y entonces, absolutamente todo regresa: la ira, la desesperación, el dolor, la frustración, el deseo de destruir. A pesar de que a veces quiero regresar al naufragio para ver que puedo rescatar, el remolino siempre está ahí listo para arrastrarme.
Sólo una vez pude acercarme al remolino y patalear con fuerza para salir bien librada. Eso me hizo creer, ingenuamente, que ya podía acercarme sin correr riesgos. ¡Qué equivocada estaba! Aquí estoy de regreso en casa curándome los raspones y los golpes del descenso al fondo. Tratando de respirar con normalidad de nuevo. Haciendo todo lo posible por no reprochar mi incapacidad de nadar cerca sin ser atrapada.
Sobrevivir la violencia intrafamiliar deja cicatrices y huellas que te marcan para siempre. Algunas cosas sanan por completo, otras se vuelven a abrir a la menor provocación y causan un dolor terrible. Lo importante es no rendirse en el camino por reconstruirse y buscar una buena vida. Una en la que estemos dispuestos a dejar atrás todo eso que gira en una espiral oscura y que siempre quiere regresar.


martes, 29 de mayo de 2018

Adiós, Camilo

Hace poco más de una semana mi adorado gato Camilo murió, y con él una parte de mi vida.
Camilo era un gatito blanco con negro amorosísimo. Él y yo compartimos muchas cosas juntos, y el siempre fue una de mis fuentes inagotables de amor. Dormíamos siempre abrazados, y estaba conmigo todo el tiempo.
El sábado pasado, Mario (mi esposo) lo llevó al veterinario porque tenía un par de semanas estando un tanto raro, aunque nada demasiado alarmante. Yo me quedé en casa. Cuando regresaron Camilo estaba mal, no me preocupó mucho porque siempre se ponía muy nervioso al ir al veterinario. El resultado de la revisión no nos dio ninguna buena noticia, el veterinario encontró que Camilo tenía un enorme tumor entre el corazón y los pulmones. Justo eso me estaba explicando Mario cuando de pronto me di cuenta de que no estaba solamente nervioso por haber ido al veterinario. Con cada minuto que pasaba el gato se ponía cada vez peor. Finalmente entendí que estaba muriendo.
Por la mañana de ese mismo día todo estaba bien, y aún me recuerdo diciéndole: "¿Quién es mi gato consentido?" mientras lo cargaba y besaba. Así que me parecía imposible pensar que estábamos pasando nuestros últimos momentos juntos.
Camilo se murió entre mis manos y mis lágrimas. No pude detener su muerte, no pude hacer absolutamente nada. Su vida se fue de repente y yo no podía creerlo. Lo abracé de la misma manera en que lo abrazaba antes de dormir y me eché en el suelo con el un rato. Un pedazo de mi corazón se murió con el ese día.
Por las noches me invade un espantoso vacío en el pecho, que baja a mi estómago y después sube a mi garganta para hacer un nudo apretado. Después mi cara se convulsiona por el dolor y me invade un llanto inconsolable e inevitable. No encuentro explicaciones ni consuelo. No logro aceptar que ya nunca jamás volveré a tener a mi amado gatito.
Me llena de confusión este dolor tan intenso, porque alguna parte de mi cerebro piensa que sólo era un gato. Pero la realidad que termino por aceptar es que independientemente de la especie, ese gatito era mi amigo, mi familia y una parte importante de mi vida. Termino por aceptar, por la desbordante pena que me invade, que el dolor es igual que aquel que se siente al perder a un humano querido.
Sin embargo, cuando se muere un humano el mundo no espera verte de pie y totalmente listo para continuar tu vida de inmediato. Se puede esperar que estés viviendo un luto y que no puedas estar bien por el tiempo que te tome procesarlo. Y al final, aquí estoy pretendiendo estar bien durante el día y ahogándome en llanto por la noche. Navegando una tristeza y una rabia que no logro poder expresar (hasta hoy) y que me hace sentir solitaria y aislada.
Escribo porque no puedo más con este dolor en el pecho; escribo para tratar de entender que demonios pasa; escribo para tratar de aceptar la realidad; escribo buscando un poco de consuelo; escribo tratando de gritarle al mundo que no estoy bien y que no tengo idea de cómo hacer para estar mejor. Escribo porque no sé cómo procesar este remolino de tristeza y pérdida. Escribo, como siempre, para tratar de entenderme un poco más.
Me hace mucha falta mi amigo Camilo, mi familia está incompleta.

Fantasma

Cerró la ventana y apagó todas las luces. Se sentó al centro del tapete, justo en medio de la sala. Tomó una vela aromática que había dejado...