sábado, 14 de febrero de 2009

Sereno moreno


Cuando una persona se esfuerza demasiado para que uno le crea me da desconfianza. Quien tiene una conciencia tranquila puede dejar las cosas fluir con tranquilidad. Cuando sabes lo que haces no necesitas convencer a nadie. Es fácil tachar a otra persona de falto de criterio por el simple hecho de no compartir una opinión, y es fácil decirles cosas a través de enunciados "en clave" que sólo demuestran una carencia de vocabulario e ingenio, para hacer de una frase inocente un verdadero gancho al hígado. Las palabras siempre deben ser impecables.
Muchas veces un discurso para convencer al otro dice más de los miedos propios de lo que uno quisiera que se sepa. Deja en evidencia la mugre bajo alfombra. Muestran nuestro lado vulnerable y roto.
No se trata de que uno haga oidos sordos ante algo inconveniente, ¿por qué, mi estimado lector, sería inconveniente para uno hablar de un tema que le tiene sin cuidado? Creo que es completamente válido hacer oidos sordos ante las necedades. Cuando uno sabe que un tema incomodará a una persona, cuando se tiene la certeza de que le causará malestar, francamente no le veo el caso a poner el dedo en la herida. Pero ¿qué hacer cuando la persona descubre su herida ante uno, mete su propio dedo en ella y lo acusa a uno de no tener criterio propio por no querer ser partícipe de su masoquismo? ¿Es acaso uno culpable por no compartir la misma visión? ¿Debería acaso ser una opción la lobotomía para que todos estemos de acuerdo? ¿Debe uno creer que sólo puede uno cocinar cuando se ha tomado un sartén? ¿Y qué si uno ya pasó del sartén a la olla express?
Creo yo, que en estos casos uno sólo puede dar unos cuantos pasos hacia atrás y decirle como el sombrerero le dijo a Alica: "cálmate, toma un poco de té". Serénate moreno que uno nunca sabe lo que pueda suceder después .

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