lunes, 15 de agosto de 2011

Caramelo

Estaba en la carretera en uno de esos largos viajes de trabajo. Estábamos hablando de mascotas cuando surgió la historia de Caramelo.

Caramelo era un conejito del mismo color de su nombre. Al parecer era la mascota de la familia. Se hizo amigo de una perrita, con la que siempre correteaba el jardín. Esa fue toda la historia que me contaron sobre Caramelo. Después hubo una pausa, un cambio de tema y de repente cuando menos me lo esperaba la historia continuó más o menos de la siguiente manera:  "Recuerdo que después mi papá mató al Caramelo...y mi mamá lo guisó...y nos lo comimos. Después mi mamá puso a curtir la piel, y como no supo que hacer con la cabeza se la aventó a la perrita con la que jugaba Caramelo...la perrita no quiso comerse la cabeza"

Changos, ni yo en mis momentos más retorcidos me hubiera imaginado ese final para el tierno Caramelo. No pudimos evitar reír a carcajadas recordando a Homero Simpson comiéndose a "Tenazas". Yo por eso digo, no hay que tener de mascota a ningún animal que sea comestible, no vaya a ser demasiado grande la tentación y termine usted comiéndose a su tortuga Josefina o al pato Renato. Yo por eso no como gatos.

Mi abuelita Chole

Mi abuelita Chole era un personaje curioso. No tuve mucho tiempo para conocerla porque murió cuando yo era pequeña. Ella fue la primer persona en morir que yo conocía. Nunca olvidaré que el día que murió sujeté su mano mientras esperábamos a que llegara la ambulancia para llevarla al hospital. No olvidaré nunca sus ojos, y cómo me pedían que no la dejara.

Soledad Castillo era una mujer  fuerte y muy valiente. Algunos dicen que era "caraja". Cada que escucho historias de ella me agrada más. Me gusta saber que nunca quiso "aguantar" a ningún hombre, prefirió estar sola y trabajar para salir adelante. Me gusta escuchar las historias de la ciudad en la que ella vivió, cuando La Viga era un canal de agua cristalina y podías cortar nabos en la orilla. Me sorprende saber que era huérfana y que fue maltratada toda su niñez.

Recuerdo muy bien su recámara. Me gustaba entrar y ver lo que tenía. Tenía un sillón-mecedora y clavado en una orilla tenía un cuchillo, el cual usaba para pelar manzanas y comerlas mientras veía la televisión (la recuerdo viendo "Siempre en Domingo"). También tenía una taza enorme, era blanca con bolitas cafés y naranjas. Tenía en su tocador una bailarina de hawaiano a la que le dabas cuerda y meneaba la cadera. Tenía una alhajera llena de aretes de plata enormes. Siempre usaba un suéter naranja y vestidos cafés.

Recuerdo ver a mi abuelita haciéndose cada vez más viejita. La recuerdo lavando su patio. Después se enfermó y olvidó muchas cosas. Ya no recordaba nuestros nombres y solía gritar con desesperación que taparan el pozo para que no se cayera el niño.

Como me gustaría que supiera que siempre la recuerdo, y que en mi casa tengo su foto en un portarretrato a la vista. Me gustaría que supiera que me parece una mujer admirable y que siempre me acuerdo de sus dichos y de sus gustos. Ojala que a donde se haya ido mi abuelita, ya no esté sola.

jueves, 11 de agosto de 2011

Lobo, ¿estás ahí?

A veces me pregunto si alguna vez pasas por aquí y lees lo que escribo. A veces me pregunto lobo, por qué me mordiste cuando me acerqué a ti. La mayoría de las veces no me pregunto nada, me parece totalmente obvio que me hirieras de muerte. No te preocupes, sobreviví y me volví más resistente.

A veces te odio lobo, te odio como a nadie más. Te odio por hacerme ver mi fragilidad y estupidez. Te odio por haberme hecho sentir ordinaria y prescindible. A veces te quiero, y desearía verte feliz, porque muy a pesar de lo que quieres mostrarle al mundo con tu fingida santidad tratando de expiar tus incontables culpas lavando tus propios calcetines, intentando no ser tu para no volver a herir, veo que vives atrapado. Cuando te veo enjaulado lobo me da gusto que estés lejos de mi, pero a veces, sólo a veces me da tristeza que no puedas ser libremente quien en realidad eres.

La herida no sana por completo en mi alma y cada que duele también le aullo a la luna. Me pregunto si tienes alma y si por lo menos sentiste tristeza al ver en mis ojos el dolor que causaste al dejarme a mi suerte.

Deja de engañarte lobo, jamás serás cordero.

Fantasma

Cerró la ventana y apagó todas las luces. Se sentó al centro del tapete, justo en medio de la sala. Tomó una vela aromática que había dejado...